Lo importante no es saber cuando podemos mirar a una persona a sus ojos, si no saber descubrir la magia que hay en ellos...

sábado, 18 de mayo de 2013

Capítulo 18: El Libro de Hechizos

Andábamos, andábamos y andábamos, pero no encontrábamos ningún sitio seguro para quedarnos. Llevábamos ya unas tres horas andando y ya estábamos, no cansados, sino fatigados.


-Que idea más inteligente has tenido -dijo Jonathan.


<<Habló>> pensé. Aunque ya no me mostrase tan enfadada como antes, la ira recorría todo mi cuerpo. Necesitaba desahogarme, de alguna manera, me daba igual como.


-Por lo menos hemos conseguido salir de allí -dije mirando al suelo.


-Habría sido mejor quedarnos allí. Por lo menos estaríamos seguros de que no nos pasaba nada -protestó Jonathan, de nuevo.


-Jonathan, por qué no te callas un rato -dije ya harta-. El viaje hasta que lleguemos a algún lado se me hará más corto.


-Parad ya -interrumpió Christine-. Si queréis que el viaje se haga más corto, deberíais dejar de pelearos.


Siempre había odiado estos momentos en los que te tienes que callar y no poder soltarlo todo. Pero bueno, por una parte, Christine tenía razón, si nos callábamos, el viaje se haría más ameno que si no parábamos de discutir. De todas formas, ¿quién iba a querer seguir discutiendo? Yo, por lo menos, no.


*     *     *     *     *     *


Aterrizaron en el mismo cerro en el que aterricé al llegar por primera vez a Dahelya.


-Por fin -dijo Dylan-. ¿Ahora qué?


-¿Cómo que ahora qué?


-Qué hacemos ahora. Ya estamos en Moonlight, pero desde aquí no podemos hacer nada. No podemos hacer que vuelvan, ni por arte de magia -dijo esta vez irónicamente.


-No es un buen juego de palabras -repuso Indara con una pequeña sonrisa.


-Cállate -dijo Dylan golpeándola con el codo.


Bajaron el cerro y entraron a casa. Todo estaba tal cual se había dejado. Dylan e Indara se sentaron cada uno en un sillón y se quedaron pensativos durante un buen rato. Tras intentar llegar a la conclusión de cómo ir a rescatarles... no llegaron a nada.


-Bien, ¿qué hacemos?


-No me agobies -dijo Indara rebuscando en una estantería-. Estoy intentando buscar algún libro de hechizos que nos ayude.


Dylan apartó la mirada. Se estrujó el cerebro hasta acabar con la misma opción de siempre: ir a buscarlos. Dylan odiaba estos momentos en los que no sabes que hacer.


-Aquí está -dijo Indara sujetando un libro con sus manos. Dylan se levantó para verlo-. Vamos a ver -dijo Indara pasando páginas del voluminoso libro-, no, este hechizo tampoco, no... ¡Este!


Dylan miró con atención la página del libro. No entendía ninguna palabra del libro, todo estaba escrito en dahelyco, un idioma demasiado complicado como para aprender en el poco tiempo que hay hasta que los magos oscuros comiencen la guerra, es decir, en medio año.


-¿Qué pone? -preguntó Dylan.


-Es el hechizo número seis -explica Indara-. Teletransportación directa.


-¿Y de qué se trata?


Indara se dirigió a una habitación que ni Dylan ni nadie (a excepción de Jake), había visto. Era una guarida mágica, estaba repleta de artilugios mágicos, líquidos que desprendían un humo blanco, más blanco que la nieve. Olía extrañamente bien, tanto que era capaz de hipnotizar a cualquier persona.


-Tan sólo tenemos que pronunciar unas palabras mágicas y apareceremos en el mismo lugar en el que están el resto. Es muy fácil -respondió Indara-, no sé como no me había acordado antes de este hechizo.


Dylan seguía embobado mirando los líquidos guardados en los pequeños y olorosos frascos que había sobre la mesa. La habitación parecía una de esas guaridas que tienen todas las brujas, con caldero incluido. Dylan se acercó a una estantería llenas de libros de gran volumen y también con varios frascos. Sin que Indara se percatase, Dylan cogió un pequeño bote de líquido azul oscuro en el que había una etiqueta en la que estaba inscrita un rombo con una cruz y una circunferencia dentro de él. No sabía lo que podía significar, pero lo más probable es que podría ayudar si algo grave sucediese. Quién lo podría saber. Seguramente Indara, pero no quería preguntarla nada, sabía que no la iba a gustar que tocase sus cosas, y aún más cosas relacionadas con la magia. Dylan sabía que, si utilizábamos bien esa especie de poción, íbamos a salir ganando, pero como cayese en malas manos, o en este caso en las manos de alguien que aún no tenía ni idea de como utilizar pociones mágicas, alguien iba a salir malparado.


*     *     *     *     *     *


Pasaron las horas y seguíamos sin encontrar algún pueblo o aldea en la que residir durante un tiempo, pero no había ni rastro de ningún pueblo. Tan sólo se veían árboles y más árboles, un bosque infinito que aparentaba no tener salida. Cada vez que daba un paso más notaba que mis fuerzas disminuían. En ese momento, decidí rendirme, por lo menos por hoy. Me tiré al suelo del bosque de rodillas y me quedé sentada, descansando.


-¿Qué haces? -preguntó Jonathan.


-Descansar -contesté-. ¿No podemos parar por hoy? Tan sólo quiero descansar hasta mañana.


-Estoy contigo -intervino Christine sentándose a mi lado-. Necesitamos un descanso, llevamos alrededor de cuatro horas caminando sin encontrar salida alguna.


-Pues descansemos -dijo Jonathan, sentándose en frente nuestra.


Yo apoyé mi espalda en tronco de un árbol, Christine se tumbó en el césped y Jonathan se quedó sentado con las piernas cruzadas. Cerré los ojos y noté como la cálida brisa de la noche de Dahelya me acariciaba. Intenté relajarme pero me resultaba imposible. No me quitaba la idea de la cabeza de habernos perdido, y también era imposible relajarse con la mirada de Jonathan posada encima tuya. No le veía, pero sabía que me estaba mirando.


-Caroline -dijo Jonathan sacándome de mis pensamientos-. ¿Qué lleva la bolsa que cogiste antes de marcharnos.


Miré a una bandolera que llevaba colgada al hombro. Ya ni me acordaba de que la había cogido. Abrí la bandolera (la cual era demasiado grande para serlo), y dentro se encontraba un libro de hechizos, una botella con agua dentro y un poco de lo que debía de ser cecina. Abrí el libro, y desgraciadamente, estaba todo en dahelyco.


-¿Es un libro de hechizos? -preguntó Jonathan.


-Sí, lo es -dije pasando páginas-, pero no entiendo nada. Todo está en dahelyco.


-Podríamos intentar hacer algún hechizo, no ocurrirá nada extraño, supongo.


-Por intentar -contesté deteniéndome en una página-. Probemos con este.


Leí unas cuántas palabras que venían en una parte de la página. No sabía cómo pronunciarlas, pero por lo menos, lo intenté.